lunes, 21 de marzo de 2016

Todos somos sonso(s)

Hace unos meses la industria azucarera hizo un llamado al pueblo vallecaucano a la solidaridad, pues de parte de la Superintendencia de Industria y Comercio recibió una multa por manipular el mercado a su favor. Cierto o no, lo que si resulta inverosímil es que en ese momento fuera tan importante la palabra nuestra como ciudadanos, cuando la tradición manda que lo que se refiere al futuro de éste terruño se define privadamente por unos cuantos con la capacidad de 'definir la vallecaucanidad' y llevarla a buen término sin importar si los mismos vallecaucanos son las víctimas.

Encontré éste interesante artículo, que no solo resume la problemática de la Laguna de Sonso, sino el aprovechamiento sistemático que los terratenientes o mejor conocidos como 'cacaos' del Valle, hacen de los vacíos de autoridad y porque no decirlo, vacíos de participación ciudadana que ocurren en estas tierras. Espero tengan la paciencia y el valor ciudadano de aguantar el artículo completo.

Bueno, antes del artículito ustedes se preguntarán porque una ciudad inteligente debe preocuparse por este tema, simple, son estos mismos intereses los que vienen definiendo la política pública en Cali durante décadas, salvo los 'tiros al aire' de un pueblo descorazonado poniendo alcaldes populistas y muy poco eficientes, desde el empresariado se ha manejado la Alcaldía de Cali eficientemente, cuando no es así la presión llega desde todos los gremios. La consecuencia es una ciudad-hacienda, donde el ciudadano es mano de obra en tierras prestadas, debiendo gratitud incuestionable a su 'empresariado', por eso es importante conocer la historia rural que se replica en la urbe.

(Sonso) condenada a muerte (I)


Para no aburrirme en los aeropuertos, suelo llevar un libro de crónicas de viaje sobre la región a la que voy. Don Manuel de Pombo –medio militar, medio literato– fue un observador agudo que escribió un sentido relato sobre el Valle del Cauca hacia mediados del siglo XIX. Abrumado por el paisaje, fue pródigo en adjetivos: “ricas haciendas, buen tabaco, aguas diáfanas, ceibas magníficas… potreros entapizados de grama, donde correteaban llenos de salud los terneros y los potros, donde mugía el toro, relinchaba el caballo. Esta alfombra de césped, este horizonte de tul, ese sol de oro, esas aguas que murmuran límpidas, aquellos bosquecillos de hojas y flores… ¡Oh, todo eso no puede ser cierto!”.

Pero al llegar a Sonso, un hacendado bajó de un porrazo a don Manuel de su Arcadia: Riquezas inútiles –dijo– que no hay para qué ni con quién explotar. ¿Quién compra lo que mi hacienda produce? Aquí hay que derramar la miel, dejarles el maíz a los gorgojos y las frutas al suelo. Aquí los peones trabajan un día y huelgan un mes. Aquí los productos sobran y los consumidores faltan. ¡Cauca se muere si no se le abre una comunicación con el Pacífico!

El valle medio del río Cauca fue durante la Colonia un gran productor de caña para sacar mieles y aguardientes, y de ganado de engorde para alimentar los esclavos negros, de los mismos dueños de las haciendas, que explotaban los oros en los ríos de la Cordillera Occidental. Un enclave. Con la abolición de la esclavitud en 1851, los negros que no se habían volado de las minas se refugiaron en las selvas para, libres, cultivar papachina, pescar, tomar ron, fumar tabaco, en pocas palabras: vivir a sus anchas. Pero entonces, ¿quién trabajaba las tierras? Los hacendados tuvieron que dar a negros y campesinos –mestizos en realidad– parcelas para que las trabajaran a cambio de que también lo hicieran en las tierras del patrón. El contrato se llamó de aparcería o de concertaje. Y así se vivía en una cierta abulia tropical.

Pero un día al cónsul de EE. UU. en Palmira, Míster Eder, le dio por el desarrollo, o mejor, por hacer plata, explotar el valle: ensayó con la caña azucarera en momentos en que el país vivía la Danza de los Millones –dólares a rodos, unos prestados, otros pagados por el robo de Panamá y otros invertidos para reproducirse–.

El camino del Dagua, que había sido la obsesión de los terratenientes caucanos, se convirtió en vía férrea y con ella, los nobles popayanejos perdieron el valle del Cauca y se quedaron con su poesía y sus casonas blancas. Pero Míster Eder metió maquinaria para producir azúcar y echarles mano a las tierras de negros y campesinos que necesitara.

Y así comenzó la industria que transformaría en un siglo el valle medio del Cauca en un gigantesco cañaduzal. El que se mira desde el avión cuando pasa la cordillera o el bus deja las lomas –despreciadas por los vallunos– en Cartago en el norte. O Timba en el sur. Todo es azúcar, no tan dulce para los trabajadores ni para los pueblos que respiran las toneladas de pavesas producidas por la quema de la caña para acelerar su maduración.

El azúcar


Y así, en medio de un océano de caña donde no hace mucho tiempo se cultivaban el sorgo, el millo, el maíz, el algodón, el arroz, se llega a Buga, una ciudad atravesada por un río que fue caudaloso –del cual sólo quedan los puentes– con una monumental iglesia rosada, casas de papayo en el solar y un silencio de 2 de la tarde que inunda varias horas la ciudad, rodeada de cañaduzales. A su lado había un gran humedal, un depósito de aguas y de limos que el Cauca llevaba en el invierno y desocupaba en el verano.

Cuando Míster Eder comenzó su emporio, había muchas madreviejas, muchas lagunas, muchos meandros que les robaban velocidad a las aguas del Cauca para regarla como fertilidad sobre las tierras planas. Por esa razón las ceibas y los samanes, los chambucos y las palmeras eran árboles tan fuertes, tan frondosos, tan altivos. Por esa razón, también, la laguna de Sonso o de El Chircal era un paraíso para pájaros, peces, chigüiros, árboles, lianas, matas y, sobre todo, para los bugueños, que de tarde en tarde preparaban sancocho en sus orillas.

El experimento exitoso de Míster Eder contagió a otros ricos –¿cómo llamarlos de otra manera?–. Hicieron sociedades y otro gringo en los años 50, míster Lauchlin Currie, alto empleado del Banco Mundial, importó otra idea nacida en el valle de Tennessee: regular las aguas del Cauca. En 1954 se fundó la mano derecha de los ingenios –que ya eran media docena y que tenían medio valle en caña–, la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), que después del coctel de inauguración se dio a la tarea de construir jarillones –o farillones, como dicen los campesinos– a lo largo del Cauca para que las aguas no invadieran los cañaduzales en invierno, y una represa –Salvajina– para que en verano la caña no se muriera de sed. Así fue. La suerte favoreció, una vez más, a los cañeros: en 1959 triunfó la Revolución en Cuba, Castro expropió ingenios y EE. UU. respondió comprando azúcares en América Latina.

La Violencia en Colombia (1946-1962) había dejado tierras en manos de los ingenios, los cacaotales se habían acabado, los algodonales se resistían, los arrozales aguantaban, pero el precio del azúcar subía, la mano de obra abundaba y el jornal era barato. Días de gloria. Las reinas de la Feria Internacional de la Caña eran elegidas Señoritas Colombia en Cartagena y los propietarios de ingenios, ministros del ramo.

En la década del 60 la ampliación del área azucarera fue del 11 %; en los años 70, el porcentaje alcanzó el 30 % y hacia 1980 llegó al 44 %. Hoy en el Valle del Cauca hay sembradas más de 223.905 hectáreas de caña de azúcar, controladas por 13 ingenios: el 24 % son tierras propias y el 76 %, arrendadas.

El 80 % de la tierra plana del Valle –unas 300.000 hectáreas– está cultivado en caña. Cinco de los trece ingenios producen etanol anhidro, autorizados por la Ley 693, firmada por el presidente Uribe en el 2001 que, bajo el plan Oxigenación de la Gasolina, impuso una mezcla de alcohol y gasolina que en el 2012 llegó al 10 % y en el 2020 llegará al 15 %.

El gobierno de la Seguridad Democrática otorgó a los azucareros notables ventajas tributarias y garantizó un precio igual de la gasolina. Según Asocaña, 127.669 hectáreas se utilizan en la producción de etanol, que en el 2015 puede haber llegado a dos millones de litros diarios de carburante. El vigoroso crecimiento de la industria azucarera es controlado por cinco grandes grupos empresariales: el grupo Ardila Lülle es propietario de Incauca, Providencia y Risaralda; la familia Éder, de Manuelita; el grupo Hurtado-Holguín, de Riopaila, y Central Castilla es de los Caicedo González.

El crecimiento de la industria azucarera no ha sido fácil desde el punto de vista social. Tuvo repercusiones sociales. En 1935 se fundó el primer sindicato y al año siguiente hubo la primera huelga; en 1944 se crearon más sindicatos. A comienzos de los años 60 estallaron dos grandes huelgas en las haciendas Papayal y San José; en 1973 los corteros declararon brazos caídos; en la huelga de Riopaila en 1976 resultaron muertos dos obreros.

El 15 de agosto de 1981 los sindicatos cañeros se solidarizaron con el movimiento ambientalista que denunció el desecamiento de la laguna de Sonso como efecto de la política azucarera respaldada por los gobiernos desde los años 50. En ese año existían 15.286 hectáreas de humedales lénticos en el Valle del Cauca, que en 1981 habían desaparecido en el 80 %. Las hectáreas de caña habían pasado de 60.000 a 133.000. Eran los años de la gran marcha en favor de la laguna de Sonso organizada por Carlos Alfredo Cabal, quien junto con Aníbal Patiño, eminente biólogo, concluyó por aquella época: “La complacencia de la CVC con los propietarios de predios ribereños a la laguna ha permitido que las cercas se corran a medida que se retira el nivel de las aguas”. El Decreto 2811 de 1974 había definido la cota 945 metros sobre el nivel del mar como zona de amortiguación del humedal.

El agua

A finales del año pasado, los vecinos de la laguna de Sonso, en el caserío de Puerto Betín, se dieron cuenta de que los topógrafos que habían estado midiendo y remidiendo en las haciendas de Ranchogrande y La Miel cumplían una misión: definir el movimiento de tierras que llegaron a hacer 18 máquinas –entre buldóceres y retroexcavadoras– traídas en gigantescas camabajas.

Algunos pobladores ribereños tienen pequeños contratos con la CVC, otros son peones en las haciendas locales y de los 100 pescadores que había en 1983, sólo queda una decena. La CVC no es sólo la autoridad ambiental en la zona, sino el verdadero poder: da contratos, pone multas, aplica reglamentos, autoriza obras y, como todos sabemos, depende de los intereses de los cañeros y del clientelismo político. La gente la respeta no sin temor. Los funcionarios de la corporación van todos los días a la Estación de La Isabela, una construcción con albergue, oficinas y seguridad privada permanente.

CVC y Ejército empezaron obras de mitigación

Después de las denuncias y la visita a la región de El Espectador, la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC), con apoyo del Ejército, llevó a la zona retroexcavadoras, volquetas y buldózeres para empezar, desde el lunes pasado, la supuesta reparación del daño ambiental causado por particulares que pretendían desecar un gran pedazo del humedal y destinarlo a la siembra de caña afectando al menos 35 hectáreas del ecosistema. Se hicieron presentes ingenieros del batallón Codazzi de Palmira, de la Policía, delegados del municipio de Buga y de la Procuraduría Ambiental y Agraria del Valle del Cauca. Según la CVC, en cabeza de Rubén Darío Materón, los trabajos demandarán dos meses, pues los particulares dueños de las haciendas Rancho Grande y Bello Horizonte levantaron un jarillón de 2,5 kilómetros, sin ninguna autorización ambiental. La Fiscalía abrió una investigación por presuntos delitos ambientales, sin que se conozca de responsables, y congresistas del Valle prometieron llevar el tema a instancias nacionales para salvar lo que queda de la laguna de Sonso.

*Espere mañana lunes la segunda parte.
//Nota: La famosa segunda parte del informe no aparece en el periódico, y fue necesaria una búsqueda en otros portales para obtener la parte final del artículo//

Condenada a muerte (II)

El Espectador / A la estación de La Isabela llegué el pasado lunes. Está a sólo diez minutos en carro de la gigantesca basílica del Señor de los Milagros en Buga. Al abandonar la carretera pavimentada que conduce a Buenaventura y entrar en los terrenos del humedal, anunciado por un enorme aviso de la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC) que promueve la importancia ambiental de la laguna de Sonso, se ve la zanja de cinco metros de profundidad y dos kilómetros y medio de longitud abierta por las cuchillas y las uñas de la maquinaria —una herida sangrante en el humedal— que busca desecar un globo de unas 100 hectáreas pertenecientes a la zona de amortiguación y a las haciendas Ranchogrande y La Miel.

No es una obra aislada. La historia se remonta a los manejos hechos por la CVC desde su fundación, consistentes en construir jarillones a orillas del Cauca para aumentar las tierras laborables y evitar el desbordamiento periódico del río en invierno. Pero sin duda el gran daño fue causado por la construcción de la vía Buga-Madroñal-Buenaventura, que lleva el nombre de uno de sus promotores, el señor Alberto Cabal.

Esta vía, fundamental para unir el norte del Valle y el Eje Cafetero con el puerto, tapó cinco de los caños que mantenían la circulación de las aguas entre el río y la laguna. Fue especialmente dañina la obstrucción del caño Carlina, que permitía la salida del buchón o taruya y el desove de peces. Desde ese día, Sonso fue condenada a muerte lenta.

Los ganaderos y cultivadores ribereños pudieron desde entonces ampliar sus tierras en la zona de amortiguación, abajo de la cota 945, frontera legal del sistema.

Después, la CVC habilitó y modificó Cañonuevo, una madrevieja, para restablecer la función del caño Carlina y facilitar el arrastre del buchón entre 1981 y 1988, pero poco a poco su cauce se colmató.

Desde 2008 se están denunciando atropellos del mismo tipo contra las 2.045 hectáreas que componen el área de manejo integrado de la laguna de Sonso. Hace tres décadas había profundidades hasta de cinco metros, hoy tiene un promedio de 40 centímetros. Las aguas tributarias de la hoya que desembocan en la laguna han disminuido notablemente.

Baste decir que el río Sonso es un chorrito que apenas se distingue en el fondo del cauce. El agua se canaliza para regar los cultivos de caña, 5.000 hectáreas de la zona de pequeños tributarios de aguas limpias están ocupadas por cañaduzales. Para producir una tonelada de azúcar se necesitan 17 toneladas de agua. Pero no sólo llega poca agua, sino que la que llega está contaminada por aguas servidas vertidas al Cauca, por la derivación aérea de los venenos con que se fumiga la caña con el glifosato que, según denuncias, se usa con una concentración mayor a la legal para acelerar la maduración de las cañas. Para rematar, la quema de las hojas para facilitar el trabajo de los cortadores y de las máquinas cosechadoras produce toneladas de ceniza que caen también a Sonso. Sobre esto ni pío por parte de la CVC.

Frente a la nueva obra de drenaje hecha a fines del año pasado está La Isabela. Allí comencé, acompañado por un campesino y pescador y del profesor José Alfredo Parra, respetado ambientalista, un recorrido por la orilla norte del humedal hasta los miradores de la CVC. Es un sendero alrededor del cual se ha ido recuperando el bosque natural, una isla entre el Cauca y los terraplenes que se ha hecho para robarle espacio al humedal. Era una gran hacienda de ganado. Se trata de un bosque seco tropical donde hay árboles de manteco, burilico, chamuro, caracolí, chambimbe, chiminango, entre otros. Al lado de la sede de la CVC hay una madrevieja donde abundan el junco y el buchón —o taruya— y el lirio de agua.

Se camina entre arbustos pequeños y grandes que permiten distinguir algunas de las 165 especies de aves que tiene Sonso: garrapateros, mochileros, pericos, buitres de ciénaga, iguazas, gallitos de ciénaga, águilas pescadoras, garzas de ganado. La lista de las especies amenazadas es, claro está, mucho más larga. Aunque no vimos en el recorrido ningún mamífero, mis compañeros me contaron que es usual ver chigüiros, iguanas, gurres, perros de monte. También vimos una inofensiva serpiente cazadora.

Al dejar la mata de monte y salir a una hacienda ganadera, la temperatura aumenta notoriamente. La tierra es seca, la vegetación, rala. A dos horas de camino está el Mirador II de la CVC, desde donde el horizonte es amplio y se puede ver gran parte de la laguna. Al lado de la construcción hay ganado. Los hacendados lo utilizan también como una verdadera herramienta para ampliar sus tierras porque las reses no sólo están siempre comiendo hierba fresca sino que las pezuñas sirven para apretar la tierra y dificultar la oxigenación de las aguas. La zona de amortiguación siempre está húmeda y ello permite que cuando el fenómeno de El Niño azota la región, las reses encuentren pastos verdes.

Desde lo alto del mirador se ve el reducido espejo de agua y las zonas ganadas por la vegetación acuática. A lo lejos, los agresivos cultivos de caña que avanzan construyendo drenajes y diques que garantizan la ampliación de sus dominios y la defensa contra eventuales inundaciones. Frente al nuevo dique-zanjón la tierra ha sido ya nivelada a la espera de las lluvias, para comenzar, sin duda, la siembra de caña. Las tierras ganadas por los terratenientes —cañeros y ganaderos— tienen un gran aliado para derrotar las aguas: el buchón o taruya, una planta acuática que se reproduce con rapidez inusitada. Cuando su densidad es baja, contribuye a la limpieza de la laguna, pero cuando es muy alta, impide que el sol llegue al fondo del espejo, lo que dificulta la vida que en esos niveles se cría. Una función natural que afecta la reproducción de los peces, y principalmente del bagre, el bocachico, la sardina, que son las especies más demandadas por los pescadores locales para su alimentación y venta.

Observando el desastre desde los miradores, la pregunta obvia que nos hacemos todos los que nos sentimos lesionados por el desecamiento calculado de la laguna es: ¿qué hizo la CVC para detener la apertura del zanjón y la construcción de 2,5 kilómetros de dique? ¿No se dieron cuenta los funcionarios que visitan todos los días el campamento de La Isabela? ¿O se dieron cuenta y se callaron? ¿Fueron amenazados o comprados? Al otro día de estallar el escándalo denunciado por El Espectador , directivos de la CVC, la gobernadora del departamento y el alcalde de Buga visitaron el humedal. El director local de la Reserva Natural de Sonso fue declarado insubsistente. ¿Chivo expiatorio o fusible de emergencia que permite que los altos funcionarios de la corporación se alcen de hombros y cobren su sueldo?

Regresamos caminando cabizbajos. Pregunté quién era el dueño de las haciendas donde se hicieron las obras. Silencio. ¿Se recibieron amenazas? Silencio. La realidad es que en el hotel Guadalajara se reunió un grupo de cultivadores de caña para solicitar a la CVC que se reduzca la multa impuesta al infractor, una persona conocida, de no muy buena fama, que nadie nombra por su nombre.

Sectores intelectuales y ambientalistas convocaron, desde la Casa de la Ciencia de Buga, una toma cultural-ambiental por parte de la sociedad civil y los movimientos ambientales para el domingo 13 de marzo, contra el robo de tierras de la laguna de Sonso por parte de los terratenientes con la connivencia del sector institucional.

COLOMBIA: Sonso: condenada a muerte (II)
Con Información de El Espectador
Fuente: http://entornointeligente.com/articulo/8070980/COLOMBIA-Sonso-condenada-a-muerte-(II)


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